Después de unos días demasiado intensos te toca asimilar sucesos y hechos.
Lo peor es que sientes como nadie es capaz de comprender lo que sientes, por qué lo sientes y para qué lo sientes.
Demasiada gente, y demasiadas bocas. Nadie está en condiciones de hablar de ti, nadie excepto aquellas personas que realmente te valoran tal cual eres. Intentas pasar de todo pero eres vulnerable a las críticas y cada una de ellas se te clava en el pecho como si de un puñal se tratase. Todos aquellos que piensan que te conocen y no hacen más que criticar. - ¡Maldita demagogia barata!- piensas. Siempre has estado en contra de los prejuicios porque con el paso de los años te has dado cuenta que lo superficial nada tiene que ver con el interior de las personas. No soportas que nadie se meta en tu vida, y mucho menos que entre en ella criticando actitudes. Es muy bonito hablar de los demás cuando ni si quiera se han parado a pensar la basura de vida que tienen.
Por fin has tenido el coraje de afrontar tus problemas y tus miedos y has hecho lo que has querido sin importarte nada. Has sido feliz por unos momentos. Pero siempre hay una nube negra que vuelve a ensombrecerte descargando sobre ti la mayor de las tormentas. Son los fantasmas del pasado los que te acechan… cada vez con más fuerza.
Ellos son los que consiguen que tu autoestima esté por los suelos, los que consiguen hacer que no te valores, y los que consiguen volverte loca.
Millones de veces piensas que eres una desgraciada porque llegas a los sitios siempre tarde y mal. No consigues coger a tiempo las oportunidades que el destino y el transcurso de la vida te ofrecen, cual mariposa escapa de las redes que pueden encarcelarla en un bote de cristal. Tienes las cosas claras pero dudas si serás capaz de conseguirlo o no.
Una mirada capaz de embrujar a cualquiera. Un corazón a punto de salirse del pecho. Un problema. Es pronto para aventurarte pero lo tienes claro. No hay vuelta de hoja y sabes lo que hay. Mil preguntas, mil respuestas y un amago de hechos. Un amago, porque en el fondo te has dado cuenta lo increíble que es. Algo mágico que consigue hacerte sentir segura de que quieres seguir ahí. No has podido callarte y has dejado al descubierto tus cartas. Juegas con ellas encima de la mesa, sin importarte nada más que él. Nada tienes que perder, y mucho, quizá por ganar. Eso no está en tus manos, sino en las manos del HADO.
Estás tan bloqueada que no salen de tus manos aquellas palabras que tanto te alivian. Te cuesta porque algo en ti siente que nada saldrá bien. Decisiones valientes o precipitadas. Pero decisiones. Nunca se sabe donde nos espera la felicidad, si debajo de cualquier canto rodado, que al igual que nuestra vida va puliéndose hasta convertirse en una superficie más o menos lisa a la cual nada puede rayar, o si la felicidad está donde menos lo esperamos. En el lugar o en la persona menos indicada.
Solamente el tiempo es el encargado de poner a cada uno en su lugar.
¿Esperar o desesperar?
Ahora no estás preparada para tomar la decisión de esperar, pero tienes claro que por una buena causa serías capaz de desesperar y esperar toda una vida.
Después de esta reflexión te das cuenta. Tienes 18 años y toda una vida por delante.
Rompes tus esquemas, das la vuelta a la tortilla y decides vivir. Nada de encarcelamientos, nada de esposas que te aten a la pata de la cama, nada de palabras explicativas. Egoísta pero real. Tan real como la vida misma. No será ficción. Tu cambio no ha hecho más que empezar, al menos exteriormente.
Ahora bien… sabes que no vas a poder escapar de las poderosas flechas del hijo de Venus. Por mucha libertad que trates de vivir, tu corazón está preso y encaramado a un sentimiento que quieres evitar por todos los medios. El miedo es libre, tan libre que se ha apoderado de ti, de tu corazón y de tu enamoramiento. Antítesis evidente, pero razonable. Así es el amor.
Te quitas los cascos. - Un millón de cicatrices…, qué razón tiene ECDL-
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